viernes, 12 de enero de 2007

*Crónicas de Mimir*

Oki, siguiendo me atrevo a postear el primer capítulo de Mimir, corregida y con una pequeña adhesión poética, que aqui entre nos es una blasfemia en contra del mundo de la letras, nada bueno salió del mismo pero bueh, no se aburran con mis pavadas absurdas U__U. Espero más adelante subir otros fanfictions que escribí, basados en The Legend of Zelda, una llamada "Un recuerdo del Pasado, el Llamado del Futuro", "La Triforce Dorada y el Despertar del Héroe" y una nueva que vengo prometiendo desde hace tiempo: "La Piedra de la Agonía".
¡Yay! Pues espero no dejar los proyectos a medias xD. Lo sé ¬¬U Soy una vaga e irresponsable ;_; Pero también tengo mi vida, trabajo y estudio duro...Además bien dicen: "¿Año nuevo? ¡Fics Nuevos!" xD... Ok, eso se escuchó bien estúpido ¬¬U.
Espero igual en mis siguientes entradas poner otras cosas como mi sufrimiento por estudiar Estadística, el viaje a Sudamérica y ver que más se me ocurre. Volviendo...Críticas, opiniones, tomatazos son bien recibidos de ustedes mi público *Se escuchan sonido de grillos* ¬¬ ejem...

Capítulo 1. El Inicio: Una vez más...

"Caminando despacio, viento...susurra el infinito. Hechicera, la soledad ya no será más tu compañera, el aroma de la naturaleza, tus felinos pasos y la luz de la luna llena te guiarán al comienzo de una nueva era...sueña"

El inicio....

Desde la escuálida cabaña de maderos porosos y palmeras secas que le daban techo, el mar de Mitra se mostraba apacible. Los gránulos suaves y amarillentos de la extensa arena eran salpicados por las espumeantes olas en sus orillas.

Un encorvado viejo de baja estatura, cabellos pastosos que le caían pesadamente a la cintura y apoyado en un grueso cayado, alzó la mirada y observó a una taciturna muchacha que se encontraba a su lado. Contemplaba el paisaje.

Era joven, aunque la delicadeza de sus formas la hacían ya toda una mujer. Tenía cuerpo delgado y fino, la piel a pesar de que los tostados rayos de sol siempre caían sobre ella era excesivamente blanca como la leche. Los ojos grandes eran de una intrigante combinación de verdes con tonalidades grises que se perdían sobre el azul del océano. Unas tupidas pestañas le daban una belleza más allá de lo natural.

Una refrescante brisa marina comenzó a soplar tímidamente, atravesando todos los recovecos de la costa con su característico ulular, llegando hasta envolver la choza. El viento hizo que sus largos cabellos rojizos bailaran y se mecieran a la par junto con sus ligeros ropajes de tintes nada alegres. El golpeteo de su perfumado pelo en su rostro, era lo único que le obligaba a salir de su silencioso mutismo.

Tyra, huérfana de padres y a quien se le había negado de un pasado, se despedía del lugar que la había adoptado hace ya más de seis años.

- ¿Estáis segura de lo que pensáis hacer? – Quiso saber Ethan, el anciano de iris marrones que vestía una túnica de un blanco roto. La chica sin ni siquiera sobresaltarse, dejó escapar un suspiro y le miró nostálgica y a la vez indiferente por unos momentos.
- Si, maestro - Fue su escueta contestación.
- Ya veo – el hombre se refugió en uno de sus gestos típicos: Acariciar su espesa barba con su encallecida mano izquierda
– Si es de suma importancia para vos. No os detendré. -

La pelirroja inspiró profundamente. Estaba completamente decidida. Se recogió los largos y lacios cabellos de fuego y los ató a su nuca con una sencilla red de hilos metálicos para después acomodar ambas manos en el interior de unos gruesos guantes de dura piel. Ethan, que se jactaba de conocer a la chica como una hija, tuvo que admitir que ella jamás había sido débil de carácter. Si, era cierto, Tyra le tenía sumo respeto, era agradecida y le veía como el padre que nunca tuvo, pero era excesivamente parca en su manera de demostrar sus emociones y él encontraba en ello su talón de Aquiles, una debilidad efímera pero a la vez una poderosa fuerza inigualable…Un arma de dos filos.

-Maestro – La chica dejó escuchar su voz profundamente femenina mientras se colocaba sobre su nariz y sus labios una mascarilla de plata, ocultando en parte la blanca cara, dando así por terminado sus preparativos para partir – Os suplico un último consejo. -
- Confiad….-
- Claro – Tyra susurró escéptica ante tal apacibilidad. La cara bronceada de Ethan se iluminó y antes de que ella dijera otra cosa, aunque sabía que era una chica de pocas palabras habló en voz más baja como si de una confidencia se tratase: – Sabéis a que me refiero…-

Por su carácter no pareció sorprenderle lo que le había dicho pero no pudo evitar dibujar en sus labios un rictus de amargura que el anciano adivinó a pesar de que se ocultaban detrás del trozo de metal.

- Por lo tanto, con vuestro permiso debo partir – sin más compañía que una descolorida capa con capucha, la muchacha de ojos gris verdosos echó a andar.

No le gustaban las despedidas. “En el adiós se muere un poco” decía… Ethan lo sabía y solo le siguió con la mirada.

“Sois todavía muy joven, pero la vida te ha hecho madurar. Confías en la naturaleza, pero sería mucho mejor que dejarás fluir tus sentimientos a la par con tu pensar y que algún día dejarás a un lado esa actitud de hielo y siempre sonreirás ante la vista de los demás…”


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Tyra avanzaba sobre su único medio de transporte: ambas piernas. Recorría un tosco sendero cuyo único adorno eran una variedad de lozanas matas de arbustos que le guiaría a los dominios del río Uryan y al suroeste, el hogar de los forajidos. Era el tercer día de viaje, pero sentía como si llevara una hora avanzando.

“El tiempo es de lo de menos…va y viene como el correr del día y la noche. Sólo la vida sucumbe ante el primer ocaso”

Se mostraba inflexible y dura hasta consigo misma. Dormía poco en lugares muy incómodos, andaba mucho y sólo se alimentaba a lo largo de toda una jornada de tan sólo de un puñado de frutos secos y solamente había bebido el agua de lluvia que cayó la noche anterior. Aún así se mostraba fuerte y sin dificultades. Cosas tan simples eran un misterio a su lado. La naturaleza le protegería…
Pronto alcanzó un lugar donde varios viajeros como ella pernoctaban para descansar. Aflojó el paso. Sitio sencillo de más lo que pudo ver: Junto a unos grandes troncos podridos se levantaban unas improvisadas tiendas hechas de mugrientas telas y que toscos palos las mantenían dudosamente en pie. Dentro de ellas trajinaban una docena de hombres y mujeres de edad adulta. Otros, los más ancianos, algunos con bebés en brazos se la pasaban sentados sobre la tierra, dormitaban o contemplaban el ir y venir de los primeros. Cerca se hallaban tumbados tres pequeñas embarcaciones pintadas de azul, desalineadas y viejas atadas entre si con varias cuerdas. Varios pares de palas también se hallaban descuidadamente derrumbadas a la par. Se hallaban húmedas. Estaba claro, el río reinaba a unos cuantos pasos de ahí. Al otro lado, una niña morena de cabello negro y corto se empeñaba en encender un fuego con que calentarse y preparar la cena. El viento racheado, sin embargo, hacía inútil su intento. A su costado se hallaban desplegadas una variedad de toscas redes, oxidadas cuchillas y sendas cubetas que despedían un olor nauseabundo completaban el ajuar.

“Son una familia de pescadores”

Estaba en lo cierto: Algunos de los hombres que habían salido de una de las tiendillas, con las túnicas arremangadas, limpiaban y troceaban pescado, arrojando con violencia las vísceras a diminutas tinajas de barro que pronto se llenaban de una multitud de insectos más que de la carne rojiza. Estando a una corta pero prudente distancia, se echó la capa con la capucha encima y se encogió sobre si misma. No porque hiciese frío o tuviese timidez o miedo, más bien para pasar inadvertida al momento que tuviese que pasar a su lado. Hubiese sido mejor tomar otro camino, pero como era el único, además algo le empujaba a hacerlo.

- El lago Elyon se halla a cuatro jornadas – Anunció un obeso y calvo pescador. Era el guía que al parecer era la cabeza de las embarcaciones. La chica al escuchar eso se quedó quieta, atenta. Su instinto nunca se equivocaba.

Algunos de los que estaban ahí la vieron pero no le prestaron excesiva importancia.

- Ahí esta la Villa de Keel. Por fin descansaremos en un lugar cómodo-
- Y tendremos una buena pesca, no como esa porquería – Uno de los hombres, de prominente bigote señaló las tinajas con desprecio. El calvo le hizo un gesto de común acuerdo.
- Tanto fregarse el lomo para sólo unas cuantas sucias truchas - Comentó otro lanzando un escupitajo a las piedras. Algunos pescadores eran bruscos en su hablar y de malos modales.
- Alegraos que aunque sea es algo para llevarnos a la boca- Dijo una de las mujeres más ancianas amonestando a los hombres.
- Lo importante es que por fin podremos estar en paz- Comentó después una madura matrona envuelta en un vaporoso traje verde que balanceaba en su cabeza un jarro vacío y que se torcía los dedos nerviosamente y que miraba para todos lados - Estos lugares no me gustan nada-
- Más que estamos cerca del “Lugar Maldito”- Completó la vieja con rostro lúgubre.

El “Lugar Maldito” era precisamente el suroeste. La aguja de la rosa de los vientos que se avistaban en las brújulas (según ellos) no debería estar marcado tal lugar. Era tierra infértil, bombardeado sin piedad por una infinidad de cavernas y poblados de ladrones, asesinos, invocadores de mala reputación, lisiados de todo tipo y bastardos amargados. Cualquiera que tocase con la planta de su pie tal guarida se le consideraba “impuro” o “escoria”, no importara quién fuera, adulto o niño por igual.

La pelirroja se encogió de hombros. Las personas solían exagerar las cosas. Su presencia ahí no pintaba para nada entre tanto chismorreo sin sentido. Y sin más se alejó hacía el río.

“Tal vez mis antepasados hayan sido del suroeste”- pensó con sarcasmo.

Pero pronto en la cabeza de Tyra se dibujó un rostro, la cara blanca y los cabellos rubios de Calik…uno de los que buscaba… No llevaba recorrido ni diez minutos cuando varios gritos y chillidos que retumbaban a la distancia la hicieron volver en sus pasos. ¿Qué sucedía? No es que le importará ni que fuera curiosa pero un característico hedor a sangre que le llevó hasta ella el aire la puso en alerta.

“El viento sopla”

Dejó que otros segundos pasaran. Después se decidió. Comprobó al regresar al lugar que había abandonado hace poco que las míseras tiendas habían sido arrasadas y la poca luz que las alumbraba se había extinguido. Las cubas con los restos del pescado habían desaparecido. Por el desorden y la impresión de las huellas de los pies que observó en la tierra bruta supuso que casi toda esa gente había salido corriendo escapando de quien sabe que cosa. Y he dicho bien: “casi toda esa gente”. La niña que había visto manipulando la fogata estaba tirada boca abajo. Seguramente al tratar de huir ante una inminente desesperación resbaló y cayó al suelo, quedando inconsciente.

La levantó con cuidado y observó que tenía el rostro manchado de sangre y polvo. Era la sangre que había percibido. Mientras trataba de atar cabos a lo ocurrido, de repente, un sonoro rugido surgió por su costado derecho. Tomando a la niña giró por el suelo, evitando ser la víctima de una siniestra garra que apareció de la nada. Prontamente se puso de pie con una habilidad envidiable que solo sus piernas le permitían hacer, al mismo tiempo que sus bellos ojos se tornaban terriblemente rasgados. Volteó y trató de identificar a su atacante o más bien a sus atacantes. Pero sólo logró contar unas siete u ocho sombras que se escurrían como una exhalación entre la oscuridad Pero por el característico rugido, Tyra se dio cuenta de lo que eran: Animales de filosas garras, de no gran tamaño pero de una velocidad increíble. Una de las tantas clases de felinos que abundaban en Mimir, pero éstos eran especialmente famosos por su agresividad para con los humanos y que poseían algo mágico...

- Yaguars - Se dijo segura de si misma.

Escuchando los secos rugidos de nueva cuenta, la chica esperaba tranquilamente en caso de que uno de esos ejemplares se lanzará en una frenética carrera en su contra. A pesar de que su visión era casi nula sabía donde estaban, su aura de vida los delataba. La estaban acorralando. El pescado no había sido suficiente para saciar su hambre. Antes de que trataran siquiera de acercarse más, Tyra dejó a la pequeña a su lado. No quería lastimarlos (al fin y en cuentas eran seres vivos, un regalo de la madre naturaleza) así que decidió ahuyentarlos. Se puso de pie, de un tirón se quitó la capucha de su cabeza, cerró sus ojos y se concentró.

Levantó su brazo izquierdo y moviendo su mano marcó un círculo en el aire. Acto seguido con la derecha hizo tres lentos movimientos y la apoyó sobre la palma de la otra. En un instante, apareció entre ellas una diminuta esfera que contraía y dilataba su resplandor.

- Gelum…- susurró.

Sin explicación, comenzó a surgir un vapor que pronto comenzó a expandirse a su alrededor, después invadió toda la escena. El truco funcionó, eso lo pudo comprobar con su fina percepción. Los yaguars al sentirse amenazados se alejaron presurosos. Así de sencillo. La joven segura y satisfecha disipó lo que había hecho. Unos quejidos le advirtieron que la niña había despertado.

La pobre veía todo nublado. Estaba mareada. La ojiverde sin meditarlo la tomó del brazo levantándola.

- ¡Soltadme!- Gritó la chiquilla al sentir que alguien la agarraba. Trataba de safarse de la suave pero firme presión de la mujer a quien creyó su atacante. Era claro que estaba aterrada y no se había percatado nada de nada.
- ¡Dejadla ir!- una voz rasposa como la lija se escuchó autoritaria.

Tyra soltó a la niña que salió corriendo tambaleante pero de forma rápida a sus espaldas. No le sorprendió, ya había sentido la presencia de cada persona que conformaba la multitud que terminaba de acercarse. Los pescadores, que en el fondo estaban avergonzados de haber huido de esa manera sin pelear siquiera, según en sus propias palabras, habían regresado temerosos a repeler a esos “miserables gatos” más aún al darse cuenta que habían abandonado a una de los infantes.

- ¡Mujer!, ¿Has sido tú la que has ordenado a esas bestias a que nos atacasen?- Ver a una extraña chica con una vieja túnica, de mirada agresiva, una mascarilla de plata que ocultaba su cara y que en sus manos saliese restos de humo parecía ser muy sospechoso, más aún que coincidiera con la aparición y desaparición de esas criaturas.
- ¿Qué clase de monstruo asqueroso sois?- Increpó un alto hombre de complexión robusta y que carecía de cejas.

La muchacha no parecía escuchar las “sutiles” palabras. Sus pensamientos de repente se habían centrado en esos fascinantes seres. Y recordó unas palabras que tenía olvidadas.

“Calik decía que los yaguars hablan la lengua de los dioses y señalan el camino a la verdad”

Los hombres armados con palos, arpones y antorchas, con las mujeres detrás de ellos, se acercaron amenazadoramente a la pelirroja. Su silencio los hacía parecer más agresivos.

- ¡Es una de esas brujas que habitan el Lugar Maldito! – Bufó la mujer de la vestidura verde.

Esto incitó a los demás a prepararse para atacarle. Ella se echó hacía atrás no por temor, en lo absoluto. Pronto recordó donde estaba y que había hecho. Su carácter le hizo sentir que había cometido una imprudencia en auxiliar a esa niña que traía la nariz rota y que ahora lloraba en los brazos de una de las mujeres. “Su destino estaba marcado y yo he intervenido”

¿O quizá no fue un error?

-¡Bruja! –

Un leve e inaudible crujido llegó hasta sus sensibles oídos que eran capaces de diferenciar el paso de un lobo gris de uno de pelaje blancuzco hizo que clavara sus ojos gris verdosos exactamente en el lugar de donde había provenido. Ahí no había nada, pero su desarrollado sentido no la engañaba. Pronto lo supo, uno de esos yaguars aún seguían cerca. Sin ni siquiera pensarlo, quiso salir de dudas. Antes de que el primero de los que conformaban esa multitud se le lanzara encima, un destello los cegó a todos por un breve instante. La luminosidad fue tanta que intentaron desesperadamente en proteger sus ojos. Una vez con las pupilas levemente heridas, fueron recuperando paulatinamente la visión. Se dieron cuenta que la chica había desaparecido…